un escalofrío recorre mi cuerpo que se estremece sin poder siquiera saber qué lo provoca aunque en realidad tiene la ligera idea de que puede llegar a ser la profunda angustia interna que me acongoja estos días de hartación mental en que vivo cual hormiga diminuta esquivando infames pisadas de gigantes que desinteresadamente atentan contra su vida y ella en afán de salvarse acelera o ralentiza su paso según considere necesario sin muchos resultados porque las agresiones parecen venir de todos los flancos por lo que se sabe: es todo una mierda

Amanecer en Siam es distinto.

Supongamos una noche cualquiera de suspiros enajenados. El fin no existe. No es, no acontece, no nada. El fin es el horizonte, inmóvil, inquieto.

Surco mi camino, inexpugnable, amalgamado en una nube de tierra, que me envuelve. La nube me envuelve, loco. La nube me envuelve loco.

Una locura que se dice, expectante, de un solo anhelo. Mórbido deseo de estar junto a vos, echados de lado, mis manos que te envuelven. Mis manos te envuelven, loca.

Ojos cerrados disfrutan la armonía del silencio. Sumidos en un trance que parece eterno, que se espera eterno, permanecemos hasta que el tiempo maldito ose despertarnos.

Y al despegar mis párpados veo tu figura, tu silueta, plasmada en mi retina, reflejada en mis pupilas. Y sonrío.

Amanecer en Siam es distinto. Amanecer en Siam es hermoso.

Una brisa suave acaricia mi rostro, mis facciones completas, y roza mis labios. 
Un polvo de suelo que ensucia mi aire, o ¿el aire molesta al terreno calmo?


Una follaje vasto, que monta el soplido, y baila con él; se aburre y se cae. 
Un ave que escapa, pues, de su otrora acecho, al gato manso una hoja distrae.


Una pluma víctima que lo acompaña un instante hasta que el mar la seduce. 
Un sol ardiente que la humedad recalienta, y aquella en vapor se traduce.


Una altura de frío que el gas alcanza y así se condensa. 
Un instante seco; la nube ahora es lluvia, y la brisa, tensa.


Una ráfaga insólita que ya no ve mar, y no conoce el tiempo. 
Un reloj paciente que espera la entrega que debe mi viento.


Una sombra de banco, un muelle y gaviotas que en mi brisa planean. 
Un chillido de ave que la distrae, y su mirada vacía se vuelve austera.


Una mirada entrañante, que piensa recuerdos y anhela latente. 
Un presente sabido, que mi aire conoce, pero prefiere ausente.


Una brisa suave acaricia su rostro, sus facciones completas, y roza sus labios.

Banco. De plaza, no de usura. 
Un aleteo infinito de gaviotas que revolotean el lugar jugando con el agua, o procurándose alimento. 
Suspiros certeros al oído. 
Labios que se sumen en un beso tierno que parece durar por siempre. 

Y de fondo se escucha Diecinueve de Maga. ¿En la imaginación? ¿O en el aire? Ambas.

               

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