El avión viene acercándose a la ciudad por encima del Golfo Pérsico. En el descenso, ya por debajo del nivel de las nubes, la vision sigue dificultosa por el resplandor que genera la luz solar reflejada en la inmensidad de arena. Se divisan algunas islas borrosas.
Ya adentrándonos en el continente se ven con mayor precisión algunas de las islas y peninsulas artificiales con formas variadas. No llego a encontrar la Palmera. Se alcanza a ver el aeropuerto principal, el canal, y otras construcciones urbanas, todas en tonos beige. Como no vamos a ese, sino al otro aeropuerto, al secundario, al vuelo aún le quedan algunos minutos.
Se termina el ejido urbano y viene desierto. Cada tanto aparece un grupo de edificios o asentamientos urbanos a forma de islas dispersados por la arena. Aparece un parque solar, pero de los de tecnología de captación concentrada de la luz. Consisten en una gran torre, que parece un faro, en cuya cima hay un receptor de energía. Alrededor de la torre, arreglados en círculos de diferentes radios, y cubriendo una extensa superficie, están los espejos, que correctamente orientados desvían los rayos solares al receptor de energía de la torre. El receptor está resplandeciente. A punto de prenderse fuego, parece. A imaginar miles de rayos solares concentrados en un solo punto, como hacíamos algunos de chicos con la lupa y el papel incendiario (y otros más sanguinarios, con la lupa y algún insecto atontado)
El avión sigue su curso y aterriza sigilosamente, apenas percibiendose el contacto de las ruedas con la pista. Ya acomodado, la gente empieza a bajar por la escalera al micro que nos llevará a la terminal. Intercambiamos saludos gesticulados con el capitán y comisario de abordo, y atravieso la puerta del avión hacia la escalera. Me choco con un muro de aire hirviendo, que me azota todo el cuerpo. Casi que genera una corriente desde adentro del avión hacia el exterior, por la diferencia de temperaturas. Las pupilas se contraen, los párpados se entrecierran y aún así no puedo evitar que el resplandor en el ambiente me enceguezca inmediatamente (Que palabra difícil "enceguezca").
Llegados a la terminal nos espera la serpentina de migraciones. En un inglés pobre de Bangladesh, o de la India, o de por ahí, un muchacho ordena a la gente en las filas. En lo que dura la cola compro un paquete de datos de 5GB para tener en el cel estos días. Los oficiales de migraciones están vestidos impecablemente con tunica y turbante blanco Ala (no Alá). Mientras le entrego al oficial mi pasaporte exclama "Oh, Arshentina!". Y automáticamente mira a su compañero de la cabina de al lado, y me dice "My friend here loves Messi". Mientras me toma la foto de rigor, empieza a sonar por altoparlante un canto en árabe que da cuenta de que es hora de uno de los tantos rezos diarios.
Terminado el trámite, el oficial me entrega mi pasaporte deseándome buena estadía, y junto con aquel hace entrega de una tarjeta SIM para el cel con 10GB de credito. Muy generosos, gracias. Me hubieran avisado antes. Cómo ya me pasó en Qatar, se que la conectividad a través de esa SIM está seguramente monitoreada, o cuando menos controlada por el gobierno, lo cual mucho no me importa, ya que no vine a hacer lío.
La secuencia termina al borde de la cinta transportadora para recoger el equipaje.
Será hasta la próxima.