El partido transcurría de manera vibrante. Eso indicaban la marejada de abucheos y arengas que me rodeaban. La multitud enardecida disfrutaba el espectáculo mientras yo no podía despegar mi vista de estas gentes. Cada gesto, cada movimiento acaparaba mi atención. No podía siquiera desviar la vista. En el fondo de mi campo visual adivinaba, borrosa, la cancha. El paso acelerado de algún punto de color intentaba distraer mi concentración, pero el esfuerzo era en vano.

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