Su hijo lucía una senyera pintada en el rostro. Lo ví exaltado, acompañando las arengas de sus padres, sordas en el bullicio imperante. Imaginé su acento madrileño viciado de catalán y porteño vitoreando al pequeño maravilla: "¡Venga, carajo! ¡Píntales la cara, nen!", y no pude más que sonreir.

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