El humo se colaba entre mis ojos y las gafas oscuras. No suelo usar anteojos, ni de estos ni de los otros. Ni siquiera los llevo encima normalmente. Se me había dado por hacerlo, y ahí estaba, escondiéndome tras ellos. El cigarrillo temblaba en mi mano, el humo haciendo figuras azarosas. Mi mirada estaba fija en la puerta del baño, y entonces vi salir aquella figura vestida de jeans y remera, un rostro de mujer de colores ostentosos en el pecho, y sus pelos peinados a los apurones con las manos frente al espejo de un baño público. Dejé que se alejara unos metros, delante mío, y regresamos a nuestras butacas. El altoparlante anunciaba la presencia del 19 argentino, entre otros, y el estadio se volvió un estruendo único.
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