Ya estaba yo ubicado en mi platea cuando entre la multitud me pareció divisar su cabellera, unas filas más adelante. Una más de esas innumerables veces en que un parecido o un aroma engañaba a mis sentidos, como cuando caminando por una combinación entre los subtes C y B sentí el Flower by Kenzo inconfundible, imaginé. No podía estar seguro de que fuera una ilusión o de que realmente se tratara de ella. Estaba yo en su tierra, después de todo.

En los estadios españoles existen más excusas para levantarse de la butaca que ir a un baño mugriento. Vi que hacía un ademán a su hijo, como indicándole que no se separara de su padre, que ella volvería pronto, mientras se levantaba de su asiento. Pidió disculpas a sus vecinos a medida que iba acercándose a la escalinata, y se dirigió hacia la salida que comunicaba con el hall principal de la visera. Me apresuré hacia la escalera y la seguí. Se me antojó pidiendo un pa amb tomàquet en el puesto de sándwiches, aunque ya en el hall la vi en la fila del baño de damas, que al parecer era unipersonal. No podía estar seguro aún de que fuera ella. Pedí un cigarrillo a una andaluza que me miró con cara de odio, pero accedió mientras refunfuñaba algo inentendible. Hacía seis años que no fumaba pero sentí una intensa necesidad de encender un pitillo. Le pedí fuego a la misma andaluza y me apoyé contra una pared de mármol oscuro, a escasos cinco metros en frente del baño. Fumé mientras esperaba que saliera. Quería verla de frente.

               

Artículos más recientes