Banfield es de esos pueblos secundarios que forman parte de la masa urbana de Buenos Aires, como una prolongación de la misma ciudad, aunque gran cantidad de calles están todavía empedradas en adoquines y no hay demasiados edificios. Uno encuentra garitas de seguridad prácticamente en cada esquina. Las casas tienen rejas y no se ven chicos en bicicleta en el verano, como cuando yo era chico. Los nenes de la cuadra ya no pasan el día en la calle hasta que sus madres los llaman a gritos para cenar; no acaban la cena y salen nuevamente hasta que el opi no pueda diferenciarse de la bolita vecina, ya bien entrada la noche. No juntan maderas de cajón de manzanas para construir la casa Hambow sobre el plátano español más dócil de la cuadra. Ya no. Los ha invadido la inseguridad. Banfield ya no es lo que era, y sin embargo es un barrio apacible y pintoresco.

               

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