En Buenos Aires, a veces, desde un piso 14 frente al Río de la Plata puede observarse, si el Servicio Meteorológico así lo dispone, la costa uruguaya. Otras veces sólo se distingue el horizonte y algún que otro barco que parece hundirse muy lentamente a medida que se aleja. Este fenómeno, dicen, fue observado por Cristóbal Colón en su infancia, y constituye uno de los hitos que despertaron en él ese interrogante acerca de la redondez de la Tierra.
Aunque esa historia no me la trago ni loco, es cuando menos interesante observar esa circunstancia por la que atraviesan los barcos y dejar lugar a duda respecto de la capacidad intelectual del renombrado Cristóbal.
Por otro lado, en días de tormenta el río deviene feroz: oleaje digno de un mar en la cresta de su fuerza; el cielo amarronado, oscuro, sangriento, dorado, que parece querer saltar sobre nosotros; un viento calmo que de pronto sopla un atropello hacia cuánta cosa se cruce en su camino.
Esos días son cuando adoro estas enormes ventanas que forjan mi edificio y no dudo siquiera ir hasta el piso 15, al balcón, a fumar un cigarrillo debajo de la lluvia, y observar detenida...eternamente el agua rabiosa del río, y compenetrarme con la obra de Zeus. Por unos instantes me voy de mi mismo, el mundo no existe, somos la tormenta y yo, y blasfemo, insulto y lamento no tener conmigo mi cámara de fotos. Pero ¿qué más da? Ese momento no me lo quita nadie, a menos que venga el Dr. Mierzwiak...
Las flotas de papel se encontraron en altamar. Las profundidades del océano apenas atinaron a intimidar a las potentes embarcaciones. Aguas tranquilas, apacibles en otros ratos, vivieron en ese momento su instante de terror. Ninguna alcanzó a salvarse. Unas, víctimas de cañonazos certeros de sus enemigos, otras, de la desesperación de sus tripulantes. Pero la última, la "victoriosa", se rindió a los pies del dios todopoderoso, quien la tomó con su mano derecha, la aplastó cual si fuera una mosca, y al cesto de basura la arrojó. Las almas moribundas de sus contrincantes esbozaron una tímida sonrisa, y se incineraron a la par, mientras el pequeño Evaristo, con sus ojos iluminados, admiraba la hoguera con pasión. Luego entró su madre y el sermon que le dio, Evaristo jamás lo olvidó.
Amanecer en Siam es distinto.
Supongamos una noche cualquiera de suspiros enajenados. El fin no existe. No es, no acontece, no nada. El fin es el horizonte, inmóvil, inquieto.
Surco mi camino, inexpugnable, amalgamado en una nube de tierra, que me envuelve. La nube me envuelve, loco. La nube me envuelve loco.
Una locura que se dice, expectante, de un solo anhelo. Mórbido deseo de estar junto a vos, echados de lado, mis manos que te envuelven. Mis manos te envuelven, loca.
Ojos cerrados disfrutan la armonía del silencio. Sumidos en un trance que parece eterno, que se espera eterno, permanecemos hasta que el tiempo maldito ose despertarnos.
Y al despegar mis párpados veo tu figura, tu silueta, plasmada en mi retina, reflejada en mis pupilas. Y sonrío.
Amanecer en Siam es distinto. Amanecer en Siam es hermoso.
Una brisa suave acaricia mi rostro, mis facciones completas, y roza mis labios.
Un polvo de suelo que ensucia mi aire, o ¿el aire molesta al terreno calmo?
Una follaje vasto, que monta el soplido, y baila con él; se aburre y se cae.
Un ave que escapa, pues, de su otrora acecho, al gato manso una hoja distrae.
Una pluma víctima que lo acompaña un instante hasta que el mar la seduce.
Un sol ardiente que la humedad recalienta, y aquella en vapor se traduce.
Una altura de frío que el gas alcanza y así se condensa.
Un instante seco; la nube ahora es lluvia, y la brisa, tensa.
Una ráfaga insólita que ya no ve mar, y no conoce el tiempo.
Un reloj paciente que espera la entrega que debe mi viento.
Una sombra de banco, un muelle y gaviotas que en mi brisa planean.
Un chillido de ave que la distrae, y su mirada vacía se vuelve austera.
Una mirada entrañante, que piensa recuerdos y anhela latente.
Un presente sabido, que mi aire conoce, pero prefiere ausente.
Una brisa suave acaricia su rostro, sus facciones completas, y roza sus labios.
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