El pitazo final había marcado el triunfo argentino. Una barrera de gente se alzó y entorpeció mi visión y debí pararme yo también para no perderlos de vista. Seguí con la mirada las cabelleras enrulada y la de su compañero, mientras bajaban la escalinata con el paso entorpecido. No podía ver la del nene, su corta estatura lo impedía. El sumidero de la salida recibía la marea de gente e imaginé un remolino que englutía los cuerpos. El abismo me hizo perderlos de vista. No había caso en acelerar el paso, sería imposible alcanzarlos con la mirada nuevamente.

Salí del estadio y decidí que tomar cualquier transporte sería una locura. Me dispuse a caminar entonces en dirección al río. A la altura del Parque de María Luisa decidí hacer una pausa para descansar y disfrutar mis últimas horas en Sevilla.

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