I

Cada mañana suena el maldito despertador y él con un certero zurdazo lo hace callar. Aunque es diestro, duerme del lado derecho de la cama y le resulta más fácil darle con la zurda, cruzándola por encima de su cara somnolienta. Modorra: 10 minutos. En un instante de lucidez soñeril, recuerda que ya sonó el despertador y salta de la cama. Lo típico, va al baño, se echa un cloro, y lleva a cabo su rutina higiénica: se lava las manos, se suena los dedos, se seca las manos, se quita el pelo de la frente, se lava la cara, se lava los dientes, se seca la cara, se seca las manos.

Ni tiempo para el café, se toma un vaso de soda y atina a atrapar una galletita para el camino. Camina las ocho cuadras hasta la estación a los apurones, porque sabe que llega tarde, como de costumbre. El andén está repleto; el tren no se digna a llegar; las caras dormidas putean.

Divisa una luz al final de la estación. El tren se detiene y se abren las puertas. Cual ganado vacuno, la gente se abalanza y se acomoda como puede. Las tetas de la muchacha que tiene en frente le acolchonan el esternón, y el flaco de atrás hace de su culo una especie de apoyadero de pitos. Cada parada del tren es insoportable. Se abren las puertas y la muchedumbre bajante lo encarrila hacia afuera. Automáticamente, la muchedumbre subiente lo succiona hacia adentro y a volver a empezar. Ahora es él el que apoya a la chica de enfrente y la mira con cara de "¿qué querés que haga?". El tren llega a destino y el malón aliviado se relaja en el espacio del andén.

Se detiene un segundo a meditar. Observa a la gente apurada y piensa...pero no. Se acopla y va a tomarse el colectivo. Se sube: otra vez la odisea. "Nada...eso...¡que estoy harto!".

Llega al laburo, marca la entrada y se sienta en su escritorio. Se prepara un café, se aburre, labura, descansa, labura, llama a un amigo, labura, labura, labura. Hora de almuerzo. "Nada de vino, ni cerveza, que después la modorra es peor. Café, obvio." Labura, se aburre, labura, se agota, labura. "Basta. ¡BASTA!"

 

II

Son las 4 de la tarde y huye. Corre, corre por los pasillos. Espera el ascensor...tarda demasiado, más de 2 segundos. Corre, corre por las escaleras. Logra salir a la superficie y aspira una bocanada profunda de aire smoggoso. Corre, corre por la vereda, atropellando a la gente. Corre y corre. Se cansa. Agitado se apoya sobre sus rodillas y respira. Se toma el primer bondi que pasa y mira la ciudad pasar. Tiene ganas infinitas de gritar a los cuatro vientos "¡VAYANSE TODOS A LA PUTA MADRE QUE LOS RE PARIO, HIJOS DE MIL PUTAS!" pero se contiene.

Se baja vaya-uno-a-saber-dónde. Se sienta en el cordón. Medita.

Se toma un taxi a Retiro y se compra un pasaje a la costa. El primer micro que salga. Donde sea.

Llega a San Clemente, corre a la playa, corre, corre, corre por la arena, y se zambulle en traje al agua salada del mar. Se mete mar adentro, luchando contra las olas al son de una melodía que reza "Por la blanda arena que lame el mar, su pequeña huella no vuelve más. Un sendero solo de pena y silencio llegó hasta el agua profunda, hasta la espuma. Sabe dios qué angustia te acompañó, qué dolores viejos calló tu voz. Para recostarte en el canto de las caracolas marinas. La canción que canta en el fondo oscuro del mar, la caracola. Te vas ... con tu soledad..."

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